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RICARDO ROJAS

de la proeza, bajo la grata melaucolía de la luna ...

Podíamos pernoctar en la estación, pero, ello no

obstante,

y

lo avanzado de la hora, decidimos aventu–

rarnos en aquella selva ... Ninguna banda de cuatreros

nos asaltó en la espesura, ni salvajes con lanza nos

obligaron

á

ir

á

sus toldos, ni dimos caza

á

un tigre

cebado que no nos atacó ... Todo el terror de la fábula

estaba ausente allí, por ventura;

y

como no iba en pos

de tan fieros azares, celebro no poder regalar al

le~tor

con folletinescos epi$odios.

quebrábase primero orillm1<lo unos cer–

cos, para inl

os Úés libremente en los redaños

del bosq e.

.,r~~~za

íneas geoméLricas, siendo rula

formada p

·~

los traqueos

y

el continuo pisar

de los caminanles. Busca la curva de las menores difi–

culla<les, donde la vegetación ralea ó donde los troncos

no obstruyen el paso. Eso presta á las huellas una sinuo–

sidad propicia á toda suerte de sugestiones. Entre sus

recodos

y

umbrías, el ánimo es una perenne alarma ó una

constante prevención. Es allí donde el espíritu regional

aprende

á

prevenirse

y

á

defenderse ... Y en aquella

sazón, agregábase

á

todo el ser noche de luna, lo que

si bien desembarazaba de somLras el camino, poblaba

<le misterios

y

visiones los montes que lo flanquean.

Sugestionado por la selva negra, sentí renovarse

reminiscencias infantiles

ele-

la mitología local. El pájaro