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EL PAIS DE LA SELVA
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lares algarrobos prestábanles su sombra; una 1nujer
y
un viejo charqueaban zapallos para el invierno ; en el
techo del bohío amarilleaban doradas vainas de alga–
rroba, amontonadas al aire libre para la mala estación ;
dos niños, descalzos
y
en camisa, camisa
y
cara sucias,
jugaban martirizando á un débil pajarito ; el jefe de
, familia, ausente allá, partió sin duda á los desmontes
de Añatuya, ó á la zafra tucumana, si es que no estétba
por ahí no más, carpiendo su chacra en el cerco vecino,
que el Salado providencial fecundiza con su riego
periódico ...
Más lejos, otra choza aparecía á la ceja del monte de
chañares dispuesta como una isla en la llanura. De
trecho en tredl o, los pastizales de matiz clorótico se
historiaban con
1
11n
~da
piel de yeguarizos y vacunos
paciendo en
if
erlad. erca del rancho, el aprisco de
blancas ovejitas
y
de cabras nerviosas, triscaba guiado
por un pequeño pastor,
á
quien acompañaba su perro,
sabio y paciente cual un anciano.
Á
pausas, llegaba el
son inetálico de la esquila avisadora atada al cuello
de la madrina. Y si fuese ya la hora del crepúsculo,
entre las. melancolías ds la tarde, su toque lnnto pare–
cía difundir una unción también melancólica sobre la
inocencia bíbliea del cuadro.
Paulatinamente, el bosque fué espesándose otra vez.
En el tórax de la fosca, formaban su esqueleto los