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RIC.\RDO ROJ S

siendo

~sla

cosl umbre <le ellos, es <.le suponer que

1

blancos arrojaron vivo su cuerpo, al azar de la co–

rriente.

-

¡

Qué salvajismo I -

bisbisamos todos.

-

¡

Oh! y eso no es nada ...

¡

Quién abe si ese indio

no se resistió

!...

Hay otros peores : Un sargento veLe–

rano, que fué de las expediciones, solía contar que una

vez, al caer la tarde, llegaron á una toldería: venían se–

dientos y cansados. Los indios, al saber su aproxüna–

ción, huyeron; pero en la fuga dejaron abandonada una

india vieja. Los del piquete le preguntaron por ag·ua; y

ella les indicó un rumbo. Fueron algunos pero sin re–

sultado: esta pícara lo

había engañado, para dar

tiernpo que lo

alejaran más, pue iban en <li–

ntonces,

a

agarraron

á

la vieja

entre todos

y

a

palos ...

:Mientras

dialogábainos,

uno de los allí presentes, que

tenía lápiz y cuaderno de croquis, había puesto sobre el

mostrador su papel, y comenzado á bosquejar el rostro

del más feo y característico entre los indios. Ordenado

por

señ~s

el n1odelo, permenecíainn1óvil transparentado

en su quietud de estatua, la desazón de reo con que

asistía á esta ceremonia singular. Concluí<lo el trabajo,

empezaron á examinar la figura y como encontrasen

algún parecido entre . el indígena y su bocelo, pasá–

banse de mano en 1nano el retrato cuyas líneas y som–

bras deseaban tocar.

EstábamoR en esto, cuando se presentaron los de la