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:EL PAIS DE LA SELVA

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Como alguien me avisara dónde había acampado el

grueso de la horda nómade á la cual estos indios ami–

gos pertenecían, nos enca1ninamos á verla. Fué una es–

cursión gozosa.

Á

medida que adelantábamos, la larde

iba cayendo melancólica sobre horizonte de

árbole ~ .

El

alma, suspensa

y

muda sobre el paisaje, soñaba. La

brisa de la tarde, impregnada del aroma de las hierbas,

purificaba la atmósfera. La fronda se extendía á nuestra

derecha;

y

á

la izquierda, en la faja de llanura costeña

por donde marchábamos, resplandecía, de trecho en

1

re–

cho, la bulliciosa linfa de algún bañado. El río pasnba,

tortuoso y lente, más

llá . Al llegar á la banda ele la

presa, el teru-teru a iz r daba su voz de alarn1a entre

. a margen, alzaban el rumoroso

vuelo, los patos

ores y los cáptaros, blancos y

bellos como lo cisnes. v.fá.s adelante, el otro bañado es–

taba desierto, y el resplandor purpúreo del ocaso, refle–

jándose en las aguas dormidas, -

aquí

y

allá matiza–

d?s por grandes hojas acuáticas, -

semejaba un

crepúsculo de Serra ... Pero al llegar, más adelante,

á

los toldos, los encontramos abandonados. Era ya casi

de noche. Los · bohíos, redondos unos como hornos,

otros angulares como carpas, y todos de pasto y ramas,

estaban solitarios. De entre el umbrío bosque de cha–

ñares, á cuya sombra fuesen plantados,

e~perábase

ver

salir un indio con su lanza. , ., pero la tribu nó1na<le

había seguido su jornada quien sabe con qué run1bos en

la selva.

Á

la escasa luz del anochecer,

descubría~e

un