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EL PAIS DE LA SELVA

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oir las anécdotas que han hecho de él, en su medio, un

tipo casi legendario.

Llegó montado en un caballo obscuro, brioso y her–

moso ; w'inshister en mano, la culata apoyada marcial–

mente en el arzón, aunque vestido á la civil, todo de

negro. Su orgullo era visible, no sólo por el desplante

con que venia

á

sorprenderme, sino por los varias mo-

'

nedas de oro y plata, con las cuales brida

y

apero se

enriquecían entre el reluciente jaez de su montura. De

pie, recordaba á un Fray l\1ocho que no hubiese salido

de su Montiel. Dijérase su trasunto físico, siendo éste

más alto y simétrico. Es patrimonio de ambos la boca

de grandes

y

carnosos labios, el ánimo socarrón, la

anécdota picant

y

eve, floreciendo, como primor del

ingenio criollo, en lo intersticios del diálogo. Guarda

para cada episodio

wi

cuento, rara vez aseado, casi

siempre oportuno; Decamerón sin páginas que no osa–

ríamos editar aquí. Narra algo cuando quiere pedir,

y

cuando desea insinuarse ó criticar, narra ta1nbién.

Parece un hombre feliz ; comunica alegría ; ríe cons–

tanterI!entc, con la franqueza de un niño

y

la malicia

de un hombre de mundo. No sabe leer ni escribir,

pero siente la voluptuosidad de la fama

y

el goce de

la publicidad á través de su esposa, quien recorta lo

que alguna vez se escribe acerca de su héroe. Cuando

me dió á conocer esto, le invité á posar, para que

un aficionado lo fotografiase. Aceptó con risueño rego–

cijo; pero al indicarle que se pusiera de pie, me llevó