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EL PAIS DE LA SELVA

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según he creído siempre ; y cuando no medraban en el

asalto, se contentaban con un cautivo dócil que les

sirviese

d~

guía en sus bárbaros pecoreos. Ofrecieron

entonces á la madre del muchacho, no matarlos, si

dejaba que al hijo se lo llevasen con ellos. El pacto se

hizo

á

precio de la vida, y de esta manera romancesca

,Y trágica, Eugenio Pérez comenzó la carrera que le ha

dado la fama y no sé si con la fama el provecho. Él

mismo me ha referido lo siguiente :

- A

los pocos meees de caer preso en la indiada, la

tribu fué batida por fuerzas de la nación. Me hirieron

en el combate ; tendido en el suelo, vi atropellarse

á

un

soldado,

é

iba á dispararme su remington, creyéndome

indio tal vez, cuando me incorporé gritándole: -

¡

Eh I

no tire : yo también oy cristiano

l

Así le reconquistaron y su vida entre los salvajes le

resultó proficue., pues al ascendiente cobrado entre

ellos, agregaba el conocimiento de sus costun1bres.

Puesto al servicio de la civilización, luchó contra la

barbarie. Cierta vez, en la refriega, se trabó en comba-le

singu-lar con un mocovi. Asido fuertemente á su adver–

sario,

cay~ron

ambos en tierra, formando un estrecho

nudo. Otro indio vino y le infirió un lanzazo en el

'

tórsx. Victorioso en el lance, consiguió sacar al ene-

migo un ojo, que lleva en el tirador, como trofeo y

amenaza. El renombre de su pasado cautiverio, la

gloria de sus hazañas, y sus dotes naturales, le han

dado prestigio, así entre salvajes como entre paisanos.

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