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RICARDO ROJA
cuerpo primitivo ocultábase apenas en el exiguo chi–
ripá de lienzo y en la blusa roñosa, -
desprendida
al desgaire sobre el robusto pecho. Los movin1ienlos
eran escasos, perezosos, vagos ; y el rostro ausente de
todo gesto espiritual. ]Je acodada nariz ' grandes ojo$,
la cara tomaba cierto carácter de mestizo; pero la patilla
escasa, lo mismo que la barba hirsuta, acenluaban su
salvajez, y sobre todo la melena hispida, bien desgre–
ñada en aladar indócil bajo las alas del sombrero. De
toda su indumentaria, este sombrero interesó mi .aten–
ción, máxime cuando Pérez me hubo avisado que se lo
fabricaban ell
mism-os. Fabrícanlo de una palma sil–
urd mbre de las hebras con hilos
de cuero fino,
a1
las alas con un trapo cual-
quiera, y s· en
ngostas, resulLa
pre~da
de
mayor adorn
~
re u ilidad. Propúsele entonces un
trueque de su paJlZO por otro más confortable; aceptó
el indio sin vacilar; encasquelóse el nuevo sombrero,
.de elegante factura metropolitana, y yo inandé colgar
el suyo al aire libre para ahuyentar los parásitos.
Pérez estaba ya como si se hubiese criado conmigo,
de tan decidor y familiar ; en charla interminable me
narraba sus proezas y vol vía á lamentarse de no haber
traído su mesnada.
-
¿Pero le obedecen tanto, Pérez
?
-
Y cómo no, señor ... Ahora tengo
250
en Averías,
contando chusma y gente de guerra. Han puesto sus
toldos en un bosque cercano de casa. Los más conser-