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RICARDO ROJAS

encontró frente al gran espejo de un ropero. Quedó

estupefacto. Veíase con sombrero dislinLo del que

reflejaron alguna vez, junto con sus cara greñosa, las

quietas linfas del bosque. Excitado por los libados

alcoholes, miraba su imagen algo distante

y

vaga. Por

primera ocasión, contemplaba su persona entera, ani–

mada frente á sí mismo. El · asombro supersticioso, la

turbación incierta, el miedo inexpresable, aparecieron

en su mirada. Sólo atinó

á

signarse ó hacer genu–

flexiones de devoción,

y

lloró después tiernamente,

avisándonos haber visto su alma, como si se creyese

asomado

á

al

luminosa ventana de la eternidad.

Otro rasgo

íritu debido al ambiente, es la obli-

cuidad astu,ta

~

z la tenía, no la carecía Gabriel.

Yo estaba sed

or a resistente alabarda del incUo

hecha de u

ual llaman

guagaibí,

ópalo de

la lanza. Terminaba el mango liso

y

largo en un hierro

agudo, filo de machete incrustado en la madera

y

ase–

gurado con tientos, ó

laz.os

de cuero que lo envuelven

con fuerte anillo. Se la moja antes de entrar en com–

bate, ·pues- humedecida se contrae, procedimiento que

fué-de uso también en las montoneras armadas con la

chuza de nuestras guerras civiles. Dije á Pérez que le

propusiese al indio vender su lanza. -

Le-hen,

res–

pondió el indio, frase negativa según mi lenguaraz. Ga–

briel hubiese preferido un trueque por ropas ; pero no

teniéndolas á mano le ofrecía Pérez un patacón, hábil en

los regateos del trato. Tornó

á

negarse el indio, ale-