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RICARDO ROJAS
donJe estaba su caballo, pidiéndome que lo retrataran
mo:}. lado, coquetería muy explicable, pues quería lucir
sus armas
y
los chapeados de su silla, siendo esta cha–
falonía brillante en el caballo, una suerte de rastacue–
rismo gaucho, muy difundido en nuestras campañas.
Pérez tiene en la actualidad más de cuarenta años.
Se conserva ágil y fuerte, pero la obesidad empieza ya
á
ins inuarse, desbordandq sobre el tirador lujoso de
«
frrnandinas
>>.
Nació sobre la costa del río Dulce,
cun
i
do aún los indios mocovíes asolaban el país cir–
cunyacente. Un mapa de M. de Mons_sy, trazado
á
la
sazó:i de su nacimiento, habla, en las acotaciones, de
era entonces el Chaco austral
y
de
senderos at
e
a
través de la sel va daban paso
á
las frecuente
asiones de tribus merodeadoras.
Han
queda<l~~~~~d'ciones
famiHares de la comarca,
hi storias d
asaz brutales , cuyo rastro solía
ser la muerte y el incendio. En una de sus correrías,
rod eó la mesnada indígena el rancho donde Pérez,
joven adolescente, vivía con su madre . Los peligros de
seff1ojante -existencia desarrollaban el valor en los cora–
zones, -
«
el culto del coraje,
»
como dice Juan Agus–
tin García. No faltaban pis tolas
ó
fu siles
á
las casas
y esta ciones en peligro. Pérez tenía sus arn1as,
y
al Ycr
á
los salvajes, corrió para apercibirse
á
la
<l efcnsa. Los indios te1nen las armas de fuego, y no es
extraño que ante su actitud se de tuvieran. Por otra
ptlde , movíales más el hambre, que no la crueldad,