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5-1
RICARDO ROJAS
fogón apagado, lonjas de cuero sin curtir,
y
una osa–
menta fresca de la cual emanaba olor
á
carne cruda ...
Eran los restos <le una orgía realizada la víspera, cele–
brando la res yegüeriza con que el dueño de aquella es–
tancia les obsequiara. Había sido una de sus fiestas des–
enfrenadas, donde liban el
latagá,
especie de hjdromiel
fuertemente excitante ; donde bailan, en tanto fu1nan la
raíz silvestre del
coro,
ó cantan gritos vocalizados
y
monótonos, al son de su
diuigá,
rústico instrun1ento
de cuerda que ellos mismos fabrican .
.
Nósolagripi;
lla–
man
á
la danza. Cuando la música e1npieza, un indio, el
bastonero~
arre-a las damas
á
sombrerazos: nadie plan-
cha ; todos el
e
gun s jóvenes e encelan por con-
quistar el cora '
a a
na~a
esquiva; suele haber ri-
validades viol
,
uede j1naginar el lector. cómo
term1na la za
~n
a
ígena, entre el monte que la
circunda,
y
el cielo que la protege con su manto de sorn–
bras
y
de estrellas.
Tal es su sis tema de vida. Dispersa ya la raza, -con–
tinúan siendo nómades. Los más hábiles ó mansos,
van de estación en campamento y de campamento en
estancia, no en son de guerra
ó
jira de pecoreo, como
en pasados días, sino tristes, misérrimos, pedigüeños,
errantes ... Bajo su murrio aspecto, ese grupo de bohe–
mios de la selva, no encuadraba muy bien, por cierto,
en el preconcepto de grandiosos contornos con que el