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EL PA·IS DE

LA SELVA

223

para libertar al alma

pres~

la herida perduró en la

frent e de la inujer quien era, -

como en las licantro–

pías clásicas

y

las leyendas de nuestro runauturuncu,

ó los fenó1nenos de repercusión astral de que los téo–

sofos hablan.

E8to se supo gracias á la temeridad de un gau_cho

valiente. Oyó contar de la Mul' ánima ; pero no creía

' en ella. Le aseguraron que pasaba todas las noches por

una garganta de la espesura donde él tenía su rancho.

Esta

er~

más bien una picada estrecha tajada entre dos

muros de espesa vegetación. -

Fuera antaño quizás

una vereda rY-s-t-ica gnsilvecida ahora en el abandono,

ó

bi-en portillo p.bie Lo e

lo apretado de la breña por

haciendas b

El viento nocturno contrahacía

gemidos~

ay

urros, si lbos, risas, al colarse en

elJa. Distab

aza urias cuadras <le allí. Sólo por

salir de la duda, -

«

de balde

1

»

según explicaba el

gaucho, -

se apostó en aquel sitio , de noche; bien

amolada el hacha ... Sobre su cabeza brillaba la luna,

'siniestra de palidez inmóvil, y circundada por un halo

de nácar. Luego llegaron del setentrión plomizos

nubarrones que al envolverla, entenebrecieron de súbito

el mundo. El ámbito y el monte adquirieron al par uu

vago tinte de ensueño ... El hombre, escuchó entonces

confusos n1urmullos que se despertaban en la dorn1ida

arboleda. Aguzado el oído, creyólos el vuelo de la mula,

el tic-tic de su coscojo en la .brida de plata. Bien aper–

cibido, cerrados los ojos para n1ayor coraje, el brazo