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RICARDO ROJAS

firme, ceñido el puño al mango, sintió el primer soplo

de brisa,

y

asestó -

¡

paf

l -

un golpe recio

á

la som–

bra, al azar,

á

la bestia,

á

la nada,

á

lo que fuese ...

Y se oyó, el seco baque de un cuerpo que cae.

El hachazo había herido la nuca del animal. En ese

momento volaba casi,

á

ras del suelo, estrechado el

pasi1lo por alabes que lo cerraban en arco de ojiva. El

grito fué una queja de dolor humano. Era la mul'ánima

en realidad. Y mientras agitaba el monstruo sus impo–

Lentes, membranosas alas, el gaucho fugaba temeroso

de su propia hazaña por un obscuro sendero del bosque

maravilloso.