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EL PAIS DE LA SELVA
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cierta supersticiosa inquietud... Era su rostro bello
dentro del tipo de la raza ; pero la fijeza anormal
de su mirada, cernía sobre su faz algo de lúgubre, -
el alma entera náufraga en ancestrales desventuras.
Y agregaba mi interlocutor :
-
El promesante paga las velas y los licores.
Entonces preguntábale yo :
-
¿
Y qué se hace en el baile?
Á
lo cual respondía generosamente :
-
Chupar
y
danzar y cantar... El pro1neRante debe
tomar siete copas por Ella ... Cuando las velas se aca–
ban, el baile sagrado concluye ; pero quienes quieran
pueden seguir.
-
¿Y las
velas~
-
Ahí e"stán · -
si
empinó señalándome con el ín-
dice catorce ca os derretidos y coronados por tantas lla–
mas lívidas que oscilaban, umbral adentro de la obscura
choza, sobre una mesa adornada de randas y flores.
El rito encerraba, quizás, mucho de ingenuo, mas
en su espíritu era fiel á la tradición. La Telesita había
sido alcoholista
y
aficionada á los bailes. Muchas veces
desvió su rumbo al oir en la noche de las espesuras
natales, él compás de los bombos. La acogían también
allí;
y
este recuerdo debió inspirar de ,nuevo, en medio
de la selva santiagueña, los cultos dionisíacos que ori–
ginaron la tragedia antigua : no faltaban ni la deidad
orgiásLica, ni la ronda báquica, ni el ditirambo del
coro, á cargo aquí de los trovadores populares :