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RICARDO ROJAS

á

precisar el insospechable aserto en el poeta latino

con cuyo nornbre paso

á

paso se tropieza en todos los

autores que han estudiado las supersticiones popula–

res. S.i el conferencista de Chicago se refería entonces

á

aquella mujer convertida . en lechuza, ele que habla

el libro segundo de

Las Melanwrfosis,

la semejanza

existe sin duda. La mitología de todas las civilizacio–

nes primitivas reconoce una inspiración común, como

nacidas de la inisma humanidad, en presencia de idén–

ticos misterios.

¿

Quién no ha escuchado

á

veces, con un poco de

sugestión,

y

oteo de fantasía, en el repique de las cam–

panas, en el t agueteo de los trenes en marcha, en los

run1nres de

cae ; invorosírniles monólogos,

n10 ólunas runas?.º . Digan espí–

ritus menos

mo-ra o

e lo maravilloso,

si

este mismo

fenómeno de imaginación, hizo al viajero, que cruzaba la

selva en la noche, sentir palabras quichuas en el lloro

del ave fabulosa que llamaba al hermano perdido :

-

Turag!

_. .,.

luPay ...

...

taray/-

Oyeron este &ilbo los meleros absortos que pernoc–

taran en el bosque; el avanzada de las montoneras

civiles ó de.

las

legiones libertadoras, que adelantaba

en

el

monte · bombeando al enemigo; el arriero que

cruzaba los campos, tras de sus recuas,

á

Bolivia; el

habitante de las. chozas t?Dlilarias,

el

ahorígen remoto