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EL PAIS DE LA SELVA
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invitación encubría upalleros designios de venganza.
No vistió su zamarra profesional, ni los guanteletes, ni
el sachasombrero, ni llevó la bocina de las meleadas
porque juzgaba fácil la aventura. El árbol, un abuelo
del bosque, era sin embargo de gigantesca talla. Cuando
llegaron allí, la persuadió
á
que debían operar con cui–
dado, buscando beneficiarse del néctar sin destruir las
abejas pequeñitas, pues se referían historias de n1eleros
desaparecidos misteriosamente á manos de un dios
invisible que protege las colmenas . .. Sobre la horqueta
más alta hizo pasar su lazo ; y preparó en un extremo
á
guisa de columpio para que subiese su hern1ana, bien
cubierta por el pon bo, en defensa del enja1nbre ya
alborotado por la maniobra. Tirando al otro extremo á
manera de corre<liza palanca, la solivió en el aire, hasta
llegar á la copa ; y cuando ella se hubo instalado allá
sin descubrirse, él empezó á simular que ascendía por
el tronco, desgajándolo á hachazos, inientras bajaba en
realidad. Safó después el lazo; y huyó sigilosamente ...
Presa quedaba en lo alto la infeliz.
Transcurrieron instantes de silencio.
Ella hahló.
Nadie le respondía ...
Como empezara á temer, solevantó la manta que la
tapaba dejando apenas una rendija para espiar. El
zumbido de los insectos la aturdió, pues el armado
enjambre revolaba furioso en <lerredor, vibrante de
alas
y
de trompas. Ese rumor confuso revelaba la pro-