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RICARDO ROJAS

fundidad del silencio. ¿Qué podría ser? No sospechaba

la hora ni el lugar. Ciega de horror

y

de coraje, se

dese1nbozó de súbito, así la acribillaran las

1noro-moros

;

y

al descubrir el espacio, el vacío del vértigo la do–

minó ...

¡

Sola, sola, sola para siempre

!

Abandonada á se1nejanle altura, sobre un tronco liso

y largo sin otras ramas que esas á las cuales se aferra–

ban sus manos prietas en constreñir de nudo, espiaba

para ver si el hermano reaparecía por ahí. La ·acome–

tían deseos de arrojarse, pero la brusquedad del golpe

amilanábala. No obstante, si perecía allá, quién sabe

COlllO

en

1

s

ignorados en

s no vendrían á saciarse en ella

de los .animales que morían

Mientras tanto la noche iba descendiendo en progre–

siva nitidez de sombra. Desde su atalaya, la pobre

huérfana había podido, por primera vez, contemplar

sobre el panorama de la selva la inmensidad de los

horizontes,

y

la sucesión de las copas verdes que se

unían formando obscuro océano encrespado de gigan–

tescas olas. El sol, hundiéndose tras de los árboles, la

impresionó más soberbio que nunca, iluminando el

enorme lomo del bosque con su claridad apacible y

decorado el cielo de occidente por cosmogónicos esplen–

dores. Luego vió aquella gran luz aguarse hasta disol-