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RICARDO ROJAS
bien un sábalo pescado en fisga en el remanso del río ;
si no un kirkincho de la barranca próxima, ó algún
panal de lachiguana, 1nanando rubio néctar por los
simétricos alveolos. Palmo á palmo conocía su monte,
y siendo cazador de tigres además, protegía la morada.
Insigne buscador de mieles, nadie tenía más despiertos
ojos para seguir la abeja voladora que lo llevara á su
colmena : la de la
ashpa-núshqui
escondida en el suelo,
en un cardón enjambrada la del
tiu-simi
y la de caya–
sanes ó de queyas, fabricada en el tronco de los más
duros
árbole~
... Todo esto le costaba trabajo y peque–
ños dolores; pero ella' en cambio, mostrábase indife-
rente, como
tarde seclient
ozándose en sus penas... Volvió una
g d , tras un día de infructuosa
pesquisa, pues
e:
rei aba la seca, estaban yer1nos y
en escasez lo
~m-pos.
Sangrábale la mano, porque al
pretender agarrar una perdiz boleada á lives y caída
entre unas matas, pinchóle un
uturuncu-huakachina,
el cactus espinoso
«
que hace llorar al tigre
».
Pidió
entonces á su hermana un poco de hidromiel para
beber~a
y o_tro de agua para restañarse los harponazos.
Trajo ambas cosas, mas en lugar de servírselas, derramó
en su presencia la botijilla con agua y el tupo de miel.
El hombre, una vez inás, ahogó su desventura; pero
como al siguiente ·día le volcara la hollita donde se
coccionaba el locro de su refrjgerio matinal, la invitó
para que le acompañase á un sitio no distante, donde
había descubierto miel abundante de
moro-moros.
Su