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RICARDO ROJAS

aterida de frío, cuando vió resplandecer á lo lejos un

árbol coronado de llamas. Lo incendiaron, tal vez,

á

designio, industriales que buscaban carbón; ó casual–

mente propagóse alguna hoguera dejada al pie por

otros viajeros de la víspera . La vagabunda se acercó

para calentar sus entumecidos mie1nbros, y una lengua

de fuego, de las que abrazaban el tronco, lamió el gra–

siento andrajo de su falda, encendiéndola de antuvión.

Huyó la desventurada por la ruta, dando gritos alroces1' –

pero el viento contrario de su fuga atizábala cual .á una

devastadora tea. Llagada hasta los huesos, flameaban

fuegos co1no alas rojas sobre sus hombros ; y en su

frente, vorace llamas co o cabelleras de Furia. Y dijé–

rase que allí, cons

LI

a su carne por ese elemento de

bíblicas purifiGa ci enes, su alma desencarnad.a pudo

expandirse

he-rrn-0s a

ente trágica en Ja infinitud de

su de1nencia, hasta que olvidados los episodios reales de

su vida,

y

perdurable sólo cuanto hubo en ella de

extraordinario, el viejo culto ele los muertos la erigiese

en deidad protectora del bosque donde nació.