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EL ÉXODO

¡

Hachas, cantad

! -

(Del poe–

ma

LA

V1cTORIA DEL HOMBRE.)

Y

yo,

el poeta

a . ta]j a la gloria de las hachas

y

el esplendor d

os esmontes, me interné en los redaños

de la selva, por la angosta picada que abrieron los ro–

bustos leñadores... Me hallaba en la comarca de las

leyendas. Descendía la tarde más allá de los horizontes,

y

parecía aquélla sin ocaso ni sol, porque la inaravilla

del poniente se apagaba en penumbra tenue bajo las

·silenciosas bóvedas de la fronda. Eran estos labradores

los .herederos de la vieja raza, despertada al rumor del

progreso tras un sueño de siglos.

1

Los había visto pasar : tenían la tez de bronce, hecha

para el rigor de las temperies,

y

el músculo pujante,

como el brazo del héroe predestinado que ha de esgri–

mir aceros. Llevaban al hombro el hacha, arma bruñida