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EL PAlS DE LA SELVA

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la posibilidad de alucinaciones- delirantes. Ahora mismo

recobran forma y colorido ante mis ojos las inmóviles

copas negras

y

el suelo erizado de aibes y chaguares.

Fué allí, entre las matas ásperas y el alto dosel salvaje,

donde ocurrió lo singular del suceso.

' Junto al cli1natérico huiñaj, un ser informe comenzó

á moverse. Pudo engañarme la luna, desgarrada entre

los ramajes ; pero, como para destruir la falsa hipótesis ,

lanzó aquella especie de trasgo insubs tancial, roncos

aúllos, semejante

á

un perro que sueña. Pudo ser el

jayán del hacha, recogido á dormir en pleno teatro de

o, como los otros leñadores;

mas, no erá él ta

11 )0-Co,

pues al discernir inás clara su

silueta, clescu

naje sobrenatu1·al. Apoyado

en el tronco, se ocultaban sus pies en la maleza ; muslos

y vientre eran velludos : nada velaba su ünpúdica des–

nudez. La cara, abon1inable, conservaba tal vez algo de

humano, pero en el áspero diseño, la boca resultaba

asaz grotesca, la nariz harto deforme, demasiado hirsuta

·la barba, y la frente por demás fugitiva.

Ante tainaño engendro, quedé espantado. Ahogaba

la

respiración.en

thnido anhélito para no' ser descubierto.

Y espiándolo desde ese rincón trocado por el iniedo en

refugio, conseguí mirar sus

ma~1os

: cinco dedo ágiles

jugaban en un canuto de caña indígena donde soplaban

s~s

labios. De pronto, aquella suerte de zan1poña dió