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EL . PAIS DE LA SELVA

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sembrara los gérmenes de los frulos n1aduros;

y

el

Fuego, cuando le rogaba que bajase vivificante como

un efluvio divino desde la lumbre solar. Anhelaba á la

naturaleza maternal floreciendo en bondad generadora,

y ansiaba que los genios primordiales del mundo

viniesen á nutrir en el vientre de la Tierra las crea–

~iones

de la flora selvática ... Pero me r econocía dema–

siado solo ante la indiferencia de las cosas ; pues la

Selva tal vez moriría, por la chispa voraz que tala ó por

el ciego huracán que devasta, ó por las olas trágicas

que inundan ó por el limo que se vuelve est éril. Cierto

que ella podría renacer, g r acias al prodigio del tiempo,

mas no veríamos noso o esa lenta palingenesia de los

siglos, ó acaso antes d · ella , la Civilización, ingeniosa

transformadora d e- continentes, habría lanzado

sus

legiones de nuevos pueblos sobre las llanuras desmon–

tadas.

-

¿Y quién te ha revelado el secreto, Zupay?

-

La clave del porvenir fué el don de las antiguas

sabidurías - me respondió -

pues en el reino de la

Sombra, el vuelo de las alas, la irradiación de los astros,

las vísceras de un animal, la oscilación de una llama,

los sueños de la mente, los temblores del agua, denun–

cian con su cifra el enigma de lo que sucederá. Y Zupay

agregaba : -

Pero, aun cuando así no fuese, ¿ en–

tiendes, por ventura, la fatal evidencia de los signos

humanos? ...

¿

Notaste ayer, á la sazón del alba, inva–

sor"es armados de aceros pululando en la selva?... Puea