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EL PAIS DE LA SELVA
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dió con sonrisa de júbilo sobre el filo bruñido de las
hachas ...
-
¡
Y yo, Zupay, que glorifiqué un día las Hachas!
-
Siempre han loado su triunfo los hombres de la
lira ... Todos me abandonarán ... y cuando el Sol, que
disipa mi reino, haya alumbrado la breña ... yo tendré
que huir.
- Olvidas tu historia, Pequeño Maestro -
le repli–
qué, tratándole como en los medioevales ritos mágicos .
- Y yo meditaba que si él, Zupay, reencarnaba en su
forma rústica el mismo numen diabólico de las edades
clásicas, diría que son los hombres de la Lira quienes le
glorifi~aron
mejor : Los sucesores de la estirpe latina
hemos procl-amado su
~olio
en las visiones de Dante;
los herederos de los bárbaros blondos, supieron su
grandeza cuando l\lillon fustigó tu dolor ; más tarde la
angustia le dirigió una plegaria en versos de Beaude–
laire, la rebelión en rin1as de Carducci, el genio en ale–
jandrinos de Rugo ... Físicos y alquimistas son los que
le traicionaron. Él había inspirado, <lada la universal
i~entidad
del dios, el homúnculus, la panacea, el oro
quhnico, el alcaez,
y
de esas formidables quimeras
nació la ciencia de hoy, que aprisiona el pensamiento
en la célula, el rayo en alambres, la tromba en calderas ...
-
Con ellas se te perseguirá -
continuaba yo mismo
-
pues
ya
nadie salmodia en exorcismos y conjuros el
non1bre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sino
los de Crookes, Curié, Edison, 1\tlarconi, Pasteur ...
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