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RICARDO ROJAS

son los hijos de ella, y vienen á destrozar á la madre ...

En efecto, la Selva sintió, en los orígenes de su his–

toria, el paso de las embajadas salvajes que iban á pedir

á

los Incas los beneficios de su noble civilización; oyó,

posteriormente, el piafar de los potros de la conquista,

á

cuya grupa venían los buscadores de los Ríos del

Oro; escuchó después la monótona plegaria de los mi–

sioneros, cuyo rumor imitaban, como un eco. divino,

les susurros de la brisa en la fronda; holláronla más

tarde los gauchos de

ayo dirigiéndose al Alto Perú, en

la más bell

:ra por la libertad que hayan visto los

iér n·la en seguida los galopes de las

montonera&

erales ¡

y

vió, por fin, el avance de los

ejércitos que iban á exterminar en su propio seno

á

los

últimos sobrevivientes de las razas bárbaras ; pero to–

dos pasaron por ella como el propio huracán de sus

tormentas que la agitó cien veces, dejando siempre in–

cólume la integridad de sus siglos.

Por esó Zupay agregó :

-

Tal vez un día no lejano, tú inismo asistas con

horror á la carbonización de sus postreros árboles, ar–

diendo la seca broza en babilónicos incendios que ha–

gan palidecer

á

las estrellas ... Anunciaron los zodíacos

que esta virginidad se-ría violada y ultrajado el pudor

de su sombra. Cayó el primer quebracho, otros nuevos

tumbaron tras; él ; y al clarear la luz en el bosque, irra-