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EL PAIS DE LA SELVA

249

¡

Zupay

!

Bien sabía quién era. Le había buscado

con ahinco bajo las umbrías del follaje

y

en el laberinto

<le los matorrales, desde el día que Miguel, un pequeño

pastor de esos campos, 1ne describió su figura. Yo

aprendí en las antiguas mitologías el abolengo del

dios indígena. Lo que no obtuve de talismanes y

<;ábalas, lo conseguía por un milagro de fe. Mis sueños

de la infancia admiraron á las criaturas de su reino ; y

inás tarde mi alma fué hacia Él, por esa devoción ins–

tintiva que ha prosternado en sus altares á todos los

exploradores de lo desconocido ...

-

¿Y quién te envía á esta Selva de mis mayores?

-

Nadie me envía; parto de ella, -

respondió cavi-

loso.

Zupay evocó reminiscencias de avatares lejanos: acor–

dábase de los neas, con su corte fastuosa ; de los

diaguitas idolatras, que acocearon hace quinientos

años esa breña, constantemente apercibidas para el com–

bate sus flechas enherboladas; de Inli, que los perseguía

con sus rayos, obligándole á buscar reparo en los silos

del Antis ; de arcabuceros y monjes que, inuchas veces,

como en la .Hispania remota, lo condenaron á la hogue–

ra, aunque burló

á

la llama,

convirtiénc~ose

en llama ...

Las palabras de Zupay aclarecieron mis recuerdos.

Hacía ya mucho tiempo, la riente Grecia 1ne hablara

de ·él. Sobre el Collado de la égloga virgiliana surgiera,