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24:6

RICARDO ROJAS

ine recliné sobre el derribado cíclope, tan corpulento

que acogía perezas cual un cómodo lecho. El intenso

cansancio hizo tal vez que allí, en n101nento que ignoro,

pasara de la vigilia al sueño más profundo. No sé, desde

luego, si cuanto me aconteció después fuó sensación de

realidades jnexplicables ó acaso de inverosímiles vi–

siones.

Nada ofrecía de inusiLado el cuadro en derredor. Re–

petía parajes análogos que me eran familiares, fanta–

seado éste, :ruizá or los reflejos del plenilunio. Las

noches de la e ión son ideales , en el esLio, sobre todo,

y

aquélla lo

a · biente diáfano y el turquesado

firmamento.

an ra1na celeste, la mi sma flora coti-

diana : los

·:1.J·su

a

ch

os y otras plantas que siendo

menos proficuas que arían más años en pie: el algarrobo

nutriLivo, adornado por mil zarcillos de oro; el fa1noso

mistol cuya verdura esconde frutos de coral ; opLtntias

espinosas de suculenta pulpa; alg-ún

lorop'sombran

per–

fumando el ambiente sereno ;

y

el huiñaj pobre de fo–

llaje, que viste una efímera inflorescencia Je broches

gualda, al a1nago del viento ó la lluvia, y al cual lla1nara

desde entonces, en honra de su lírico destino : '' el

anunciador de las· tempestades. " Todo lo contern plaba

nítida1nente,

y

reaparece tan de acuerdo con el paisaje

real en mi memoria, que, aun

á

despecho .del lector

adverso, creeré siempre en su verda<l objetiva

y

no en