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EL PAIS DE LA SELVA

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branzas de ese cadu,co imperio. Abatido en su sede inile–

naria, daba el concepto obscuro de la muerte, mostrán–

dose aquel árbol, ora como un titán descalabrado, ora

como un ídolo roto. Cortado á tajos poligonales, la

sección casi cónica del tronco descubría su corteza,

rugosa piel de paquider1no prehistórico, y su compacta

leña, que se endurece más en el agua, fuerte como el

hierro y bermeja como los inúsculos de nn toro. Y para

certificar la saña de la brega, que debió de durar mu–

chas horas, los gajos ostentaban la1nbién hondas heri–

das. Abríanse como nervudos miembros inmovilizados

en la más fiera actitnd de la lucha : unos colgaban in–

válidos, otros enhiestos en amenaza s al igual angustio–

sias é 'impotent s, se

e~aban

diestras nudosas, retorci–

dos tentáculos,

tr.om

s e furecida s . l\.fanaba de pun–

zadas y coyunl

ras

un

umor

vi~ coso

co1no gotas de

sangre coagulada, mezela de iniel y cera, que

yo

dijese

sus lágrimas, s i por acaso ignorase que estos colosos

no lloran.

Aquel árbol caído era un quebracho.

De súbito, como voz que viniese de ultrasombras, se

oyó el lamento del Kacuy, el ave initológica de la co–

marca. Su tétrica llamada me devolvió

á

la realidad cir–

cunstante. Al girar la, mirada en torno inío, advertí la

presenS'.-ia de la noche. Arriesgado era el seguir y teme–

rario el volverse. Decidido

á

pernoctar en el bosque,

1±.