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EL PAIS DE LA SELVA

i

Baal, príncipe de los serafines !

...

¡

Baalberith, príncipe de los querubines! ...

j

Astaroth, príncipe de los tronos! ...

259

Eran las invocaciones al espíritu infinito de las tinie–

blas, jaculatorias al genio inultiforme del mal, flotando

, sobre el derrumbamiento de su fatídica iglesia.· Por la

boca de la teúrgica Salan1anca no salía ya la música

divina que arrobó tantas veces el alma de mis paisanos.

Las brµjas no danzaban en ronda, ni consultaban sus

nigromancias, ni signaban de espinas la efigie de sus

maleficios. Los emonios e dispersaban de la revuelta

academia, haci

d

s

·1

ar colas de endriagos ó agi–

tando ine.mbranas d.e espeluznantes vampiros, n1ientras

ellos mismos s

as grandes orejas para apagar

los clamores d

aque-1 inesperado diluvio.

Zupay tantas veces adorado, y tantas escarnecido en

la propia Selva, asi s tía, opreso ele angustias, al des–

enlace infausto de su dominio, al desplome de su mon–

taña de so1nbra. Sentado en el tronco de un árbol; des–

calabrado en ese bajío de su fortuua; engurruñido,

recodado, con la diestra en la boca iracunda, evocaba

la silueta del Diablo triste de Leconte de Li sie.

I

¡

Ayn1é

! -

clamó sin ilusión el Vencido.

No desesperes, Zupay - murinuré.

¡

Las selvas van

á

111.0

rir

·¡..•

La conquista de las campañas redundará en bien

de tu poderío.