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~62

RICARDO ROJAS

Zupay volvió á sonreír; su sonrisa fué un trágico

resplandor de victoria, sobre sus mejillas devoradas por

lágrimas de fuego ...

Callados él y yo, advertí en el silencio que la balumba

del derru1nba1niento decrecía. Dijérase que a1nainaba

sus furias el azote, tras sus primeras entonaciones de

borrasca. No se oían ya tan broncos los frag ores del

niágara subterráneo. Esto mismo trocóse más · tarde

por algo menos confuso , se simplificó hasta no ser sino

una sonora onda tquida que gimiese al pasar entre dos

rocas. Paulati mente su voz fué afinándos e ; y en el

momento de ap

.. e U lejos,- su música indecisa me

repitió

lasno ~as

-

odulara Zupayen su llorosa quena.

Y

después ...

¡

a

! . . .

sentí la casoada, ni la melodía

silvestre, ni el murmurio del río; no vi ya ni

á

Zupay,

ni la selva, ni los astros nocturnos. Si fuese posible

explicar ese estado singularí süno, diría que , perdida la

conciencia de mi propia unidad, conserYaba , sin em- .

bargO", la conciencia de la nada exterior ... Si los que

han dejado de existir algo saben, debe ser a sí la sensa–

ción de la muerte.

Y

pasaron instantes que pudieron ser un segundo ó

la

eternidad.

Y

de aquella negación inefabl e surgió un

hecho definitivo. Llegó á mis oídos algo como un pre-