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EL P AIS DE LA SELVA
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prohibidos. Y si algunas leyendas, como la del Runau–
turuncu, tuvieron agreste origen y fueron de las cam–
pañas á la aldea, ésta de la alma-nuda debió nacer en la
ciudad y propagarse á los más lejanos rincones del
bosque.
La
corrupción de la Iglesia medioeval y de los siglos
posteriores, es demasiado notoria para insistir sobre
' ella después de la Reforma. En Francia se llegó á escri–
bir un
Traité de la Polgganzie sacrée,
libro que he
buscado sin éxito, pero cuya letra es fácil imaginar,
dado lo que el epígrafe anticipa. En Italia, su bigardo
clero celebró sacramentos príapicos en subterráneos
obscuros, sin
~on
:i;-
el espectáculo que, á
la luz
del día, mostr'
1
or: e báquica del Papa Alejandro
VI
y
su
legión de
prosperaban refranes como éste :
«
Al
fraile no
le hagas
caina,
«
Ni le des tu
mujer
por an1a.
»
Y
si tal ocurría en los centros de la civilizaGión, puede
inferirse có1no se desenfrenaron las costumbres en las
tierras vfrgenes de allende sus mares. Tan es así, que
ni" los propios historiadores de la conquista, -
cristia–
nos insospechables, y frailes ellos mismos, -
se atre–
ven á callar la
verd~d.
Tantos malsines de tonsura y
pícaros de encomienda, sintieron un despertar de impe–
r_iosas sensualidades, ante la selva in1pune, desmayada