124
RICARDO ROJAS
apresuraba su marcha, semejando, en incomensurables
archipiélagos, un derrumbe de témpanos. La breña
espesaba la lobreguez de su sombra bajo el turquí del
firma1nento y el oro de los astros. Y un bólido que ras–
gara los azures con su efímera estela, cayendo sin luz
en la remota espesura, parecía renacer en el tucu-tucu
fosforescente que se levantaba
á
lo lejos, como una
alada estrella de la fronda.