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RICARDO ROJAS

largo de 11\lestro camino ; pero, de seguro, en ella no os

negarán bocados de su mesa, ni rincón á _la so1nbra de

su techo para protegeros del sol

ó

la lluvia. Es el hogar

de antaño sin pizca de prevención ni de malicia, abierto

siempre al hambre y las fatigas del peregrino. Y si

está fuera el señor, ó

«

el niño ))' como lla1nan al hijo

del patrón, llegue confiado en busca de amoroso hos–

pedaje, á cualquiera de los ranchos que pueblan el fun–

do. Hay en esto sobrevivencias del sistema con el cual

gobernaron los conquistadores. Entregaban la tierra

en merced real á verdaderos señores, co1no eran los

encomender:o

ó

<-<

vecinos feudatarios

> ;

y la vida

venía á conve ·tirse en bárbaro trasunto del régimen

feudal. Todo

t

sos se exageraban por el inedio

agreste, no si

do apa es de contenerlos ni la piedad

del fraile n1 · · rrero,

i el temor ilusorio á su Rey de–

masiado lejano. La sumisión de que se beneficiaban

abarcaba : desde una medianería lícita en el cortijo,

hasta la otra, imperiosa, en el más tibio lecho de la

casa. Esto , no fué, por lo demás, costumbre circuns–

crita _á aquella provincia, sino us.o y ley establecidos en

toda la América, lo mismo en la reducción del valle, que

en el pueblo de la montaña.

Á

la vera de la casa crecía un bosque joven, cuyo

abrigo buscaron para construir el hermoso rancho.

Huyssrnan ha apuntado sugerentes semejanzas entre