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EL PAIS DE LA SELVA
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punto cardinal
á
donde hubiera apuntado la cabecita.
-
¡Oh! tuco embustero; -
refunfuñaba el otro mu–
chacho, pues sabía que en tal dirección no había sino
tristes ju1niales, sobre cuyas islas negras en mar de
salitre, apenas si erigían sus candelabros nudosos las
pencas de los ucles y cardones. Pero si el bicho marcaba
bien, ó en otra tentativa rectificaba su primer error,
gozaban ellos de que al responder
á
la antigua requesta
quichua, no defraudara la fe que se le tenía como se–
ñuelo de algarrobales en fruto.
En esto, el penúltimo de los muchachos, descalzo y
en camisila, corrió al
gazo de la madre, gritando :
-
Un'
alaña
7
un'
alana!
-
Y como vie en aparecer
bajo la silla un
e pe , 1ante araña negra de grandes
patas peludas, e
a
cor ·ió
á
apla Larla bajo el tacón
de su bola. In eélia a :enle reuniéronse ambos chi–
quillos junto al deshecho codáver; y estirando Cl:lellos
y labios para acercarse lo menos posible, escupieron
sobre aquellos despojos : unos para que no los be–
sase por la noche ; otro para que no se enojase Tata–
Dios.
Observaban las familias del bosque una superstición
para cada animal de las breñas : -
era .sacrilegio matar
al do1niniquito, ó destruirle su nido, porque es un pa–
jarito del Señor; la lechuza anunciaba desgracias pró–
ximas; la víbora auguraba fatalidades ó venturas, según
cruzase de un lado
ú
otro nuestra senda; y si arrullaba
la tórtola en el árbol á cuya sombra hubiese una cria-