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EL PAIS DE LA SELVA

121

voces

á

la sordina, oxeando al can para apaciguarlo.

Los viejos roncaban sonoramente, pero lo peligroso de

aquella otra

inten~pestiva

vigilia petrificó de susto á los

enamorados. Contenida la respiración por el miedo, se

quedaron inmóviles

y

mudos, contemplando la luna

que seguía elevándose .más allá de la arboleda, en infi–

ni Los que la diafanidad del cielo profundizaba. Era

co1no ele día, y esta luminosidad de los mundos, con-

curría á magnificar sus aprensiones. Como creyera al

otro dormido nuevamente, sonó un beso ...

. .. Después cuchicheos ...

. . . Después silencio ...

-

Bueno, h .. ita, ya me voy.

casi sin moverse, un

envueltas en él dos hojas

un anillito de oro contrahecho

anutla<lo en una esquina. Era el recuerdo que la dejaba.

Como sabía escribir, había copiado coplas del amor

tri ste, abundantes en el cancionero popular de la región.

Nacida de la inspiración anónima de la raza á que él

mismo pertenecía, encontrábalas ahora la más bella

· expresión de sus propios dolores. Eran unas las que

solía cantar en sus horas de saudade, otras nuevas,

y

todas recogidas en los bailes que frecuentaba :

Ni la

triste

tortolilla,

Ni el

pájaro más canoro,

Ni la fuente cristalina,

Lloran como yo te. lloro.