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EL PAIS DE LA SELVA

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chara fe1n enina de. las catitas, y sonaba el melancólico

silbo de los boyeros , el tic-tic de la aguda tijerilla, ó el

bien-te-veo del indisc r eto quetupí.

-

Sabes lo que dice mi mama

?

-

Qué dice?

-

Que vos me ha s engualichao ...

Reían un instante , y como ella continuase llenando

poco

á

poco su vasij a de barro con el ahuecado poron–

guito, el chorro, al caer, parecía repetir adentro la es–

cala cromálica de su risa . Tornaban luego á callar;

alguna idea ing rata pasaba adoleciéndoles, pero .el mal

se desvanecía .en s us ojos , como si la luz de las almas

les aduriniera

i

dulce aoclesia, una mano de la joven

entre las del

q

ei;·

,

tiernamente estrechada por su

'

amoroso nudo ... Par:c1base de pronto la mu chacha ; ce-

rraba

la tinaju

11

e-en ...

)equefio n1anoj o de araupakina,

la hierba 4ue aclara el agua; apercibíase á marchar; pro -

digábanse abrazos ; y recogido el cántaro, partía ...

-

No nos debiéramas querer, excla1nó en cierta oca-

sión .

-

¿Por qué,

sonckito

mío ?

-

Porque ini ta ta se enoja .

En efecto, descubierto el sospechado engafío de las

citas, acabáronse los n1artelos ; y no vólvió el muchacho

á

encontrarla á la orilla de la laguna. Vini eron días de

pesadumbre para los. dos. Las lágrimas hubi eran humi–

llado el orgullo del varón, y no teniendo el consuelo del

nanto, dej aba que ilusiones

y

penas se le fueran en

7.