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RICARDO ROJAS
dejarlo allá. Siguió su marcha á pie, por la vera del
cerco, pues faltaba una cuadra apenas. Bajo la luna
llena amarilleaban allende el seto las panojas de la
chacra,
y
de este lado se entretejía la randa de las enre–
daderas silvestres, donde alternaban docas
y
pasiona–
rias.
Escondiéndose tras de la ramada, llegó el te1nerario
hasta el antepatio de la choza . Dormían todos á la in-–
temperie, mitigando los rigores del verano y aprove–
chando aquella tibia atmósfera sin rocío : los padres en
su catre de tiento ; tres chicos en una cuja; la enamo–
rada en su lecho, su hermano mayor en cama de chuses,
- más algunos perros
y
gallinas en do1néstica promis–
cuidad. La clarida del firmamento ilu1ninaba el cua–
dro : algarrobo
por fondo
y
sábanas
estivale~
blan·
queando como nieve bajo la
1
una.
Gateando cauteloso á flor de tierra, se deslizaba el
tenorio reflexionando entre paso
y
paso previsiones
graves : si lo esperaría su prenda; si ·dormirían todos;
si no tendría que irse con una costilla menos, basta
que-.¡ gracias á Dios! -
llegó á su meta :
-
¿
Á
qué has venido
?
-
Á
decirte
adiós ...
-
«
Bueno, callate )) , -
y
la mujer tendió su mano
hasta la del recién llegado. Pero cuadró
á
su desventura
que en ese mismo instante un perro visionario se pusiese
á
ladrar; el hermano de la joven se incorporó
á
los
ululatos, pero no descubriendo nada se limitó á darle