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RICARDO ROJAS

La otra tarde estando triste

Pité sin saber qué hacer,

Y me vino á la memoria,

La sombra de una mujer.

Si tu pecho fuera cárcel

Y el corazón calabozo,

Y yo fuera el prisionero,

Qué prisionero dichoso.

ielo me daría

La muchacha guardó papel, anillo y pañolito suso la

almohada.

Estrechados

fuertemente,

continuaron

mudos. Innúmeros luceros constelaban el raso de la

noche; y la via-láctea, como un plateado río, cruzaba la

inmensidad de las comarcas celestes. Subía de las

selvas un letal silencio. Ella rompió

á

sollozar; era

como si el paisaje hubiera infiltrado toda su melancolía

en aquellas dos almas próximas á separarse.

Adiós .. .

-

Adiós .. .