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CLVII -
las obras de misericordia, sean eorporale , sean espm–
tuales. Y ¿qué mejor obra de caridad hay que la de
enseiiar á los que no saben? ¿Existe una · necesidad
má grave
y
más urgente que la de saber lo que es
prcei o para salvarse ? Tal necesidad viene
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ser
hambre, sed, desnudez, enfermedad y cautiverio, todo
junto; y no del cuerpo, sino del alma, que es "poco
inferior á los ángeles"; ni de efímeros, sino de per–
durables resultaclos. ¿Por qué, pues, los que buscan
la perfección no ayudarán á remediar tan imponderable
desventura, enseiiaudo ellos mismos personalmente la
Doctrina Cri tiana ó por medio de substitutos, suminis–
trando auxilios pecuniarios para que se pueda clar al–
guna remuneración á lo que enseüan, como p. ej.
<Í
los indios ancianos que hacen rezar la Doctrina á los
uiiio indios?
l
En efecto, "el que guardare y en se–
ii
ar e (los mandamientos), ése será grande en el reino
ele los cielos" (i\Iatth. 5, 19). "Los que hubieren sido
sabios brillarán como la luz ele! firmam ento ; y corno
estrellas por toda la eternidad, aquellos que hubieren
enseñado á mucho la justicia y virtud" (Dan. 1:2, 3).
Es difícil tarea explicar bien el catecismo ó la
Doctrina Crístiana, pero no hay duda que es sobre
manera fácil ayudar á enseiiarlos. No requi'erc este
oficio gran talento, sino que muy poca ciencia basta ;
y
en el más reducido grapo de familias se hallad casi
siempre uno que otro individuo que la posca ; pues
no consiste . este arte en otra cosa que en repetir
L
Véase
M ,1NUEL
F.
DE BARRENA,
La Cruzada del Cat.
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