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-

CLVl!l -

d es pacio y en vo z clara el texto de la Doctrina

hasta que los alumnos lo hayan retenido en la memo–

ria. Pero otra dificulfad mayor hay parn los que hacen

rezar: la de enseiiar con gozo y per ever:rncia: "Ut

gandens qnis catechizet, ea cura maxima e t"

t;

mas con

la gracia de Dios no hay quien no pueda y deba

ven~

cerla

2 •

Resta todavía la cuestión, i conviene formar de las

fuerza aptas para ayudar

á

en eiíar la Doctrina, una

asociación ó dejar que cada una obre por sí, olamente

con dependencia del párroco.

Lo

primero parece in–

sinuar el IIº Conc. Qnit. en el decreto arriba mencio–

nado

3.

Salvo el p'arecer superior de la Autoridad

eclesi:ística, pen amo que es más conveniente el que

los cooperadores ó las cooperadora en la e11se1ianza ele

1

S. A

o.,

De catech. rud. c. 2, n. 4.

2

Véase

MANUEL

F.

DE B ARRENA

l.

c.

3

La más célebre de semejantes instituciones es la Archi–

.cofradía de la Doctrina Cristiana en Roma. Esta asopia–

ción

fué

fundada en dicha ciudad, el día de San Lorenzo de

1560, por el milanés Marco de adi-Cusani ; reconocidn

y

dotncla ele inclulgenc:ia por San Pío V;

nucva~cnte

favor -

cida por León XI, que, aute ele ser papa, trabajó mucho en

·¡

ella con an J osé ele Calasanz ; el vada por Paulo V

á

la

cligniclad de archicofradía; fortificada por Inoccncio XI. que

mandó aplicar, ca i exclusivamente.

á

lo que frecu ntahan

us escuelas, lns

0

limosna , dotes

y

Je 'aclos píos ele que dis–

ponía la Santa Sede;

y

reorganizada por Benedicto XIV, que

Ja perfeccionó con sabio

y

prudentes reglamentos. Véase

MANUEL

F.

DE BARRENA

J.

c.

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