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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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cuerpo, el joven magistrado ponente poseía el don
de seducción. Como comprenderá usted fácilmente,
la señorita de Champignelles se enamoró perdida–
mente de su marido. El anciano, feliz al ver los prin–
cipios de este matrimonio y creyendo enmendado
á
.su hijo, instó á los recién casados á que se traslada–
sen á París. Esto ocurría á principios del año
17R8.
Transcurrió este año de una manera feliz. La señora
de la Chanterie fué objeto de los cuidados y de las
atenciones más delicadas que un hombre enamorado
puede prodigar á la mujer que ama. Por corta que
fuese, la luna de miel brilló en el corazón de esta mu–
jer tan noble y tan desgraciada. Ya sabe usted que en
aquella época las madres criaban á sus hijos, y la
señora tuvo una bija. Este periodo, durante el cual
la mujer debe ser objeto de la mayor ternura, fué, al
contrario, el principio de inauditas desgracias. El ma–
gistrado ponente se vió obligado á vender todos los
muebles de que podía disponer para pagar las deudas
antiguas que no había confesado, y las nuevas deu–
das adquiridas err-:1-juego. Poco después, la Asam–
blea nacional disolvió el gran Consejo, el Parlamento
y todos los cargos de justicia q1,1e tan caros costaban.
El joven matrimonio, aumentado ya con una hija,
qpedó, pues, sin más rentas que las de los bienes que
el
padre había legado á los hijos varones que hubie–
sen efe nacer, y las de la dote que se había reconocido
á la señora de la Chanterie.
A
los veinte meses de
-casada, aquella encantadora mujer, de diecisiete años
y
medio de edad, se vió obligada á vivir, ella y su
hija,
á
quien amamantaba, del trabajo de sus manos,
en un barrio obscuro adonde se retiró. Vióse com–
pletamente abandonada de su marido, que gradual–
mente fué descendiendo hasta llegar
á
frecuentar la
sociedad de las gentes de peor calaña. La señora
nunca hizo un reproche á su marido, ni tuvo á su
vez que reprocharse nada. Ella misma nos ha dicho
que durante aquellos terribles días
roga~a
á Dios por
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