DE L!t- HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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reanudando su relato . A los dieciocho años, época
de su matrimonio, la señorita de la Chanterie era una
joven de una complexión delicada, morena, de buenos
colores, esbelta y con una cara divina. Sobre su es–
paciosa frente admirábanse unos hermosos cabellos
negros, que armonizaban con sus ojos de azabache y
su mirada alegre. Una especie de gracia en la fisono-
._mía, ocultaba su verdadero carácter y su varonil en–
tereza. Tenía pies .y manos pequeños, y
u.o
no se qué
de débil y sutil que excluía toda idea de fuerza y de
virilidad . Como había vivido siempre con su madre,
gozaba de una perfecta inocencia de costumbres y de
extraordinaria piedad. Esta joven, lo mismo que la
señora de la Chanterie, era adicta á los Borbones con
fanatismo, e:."lemiga de la Revolución francesa, y juz–
gaba el dominio de Napoleón como una plaga que la
Providencia había impuesto á Francia en castigo á
los atentados de
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793. Como ocurre siempre en casos
análogos, esta confocmidad de opiniones de la suegra
y el yerno fué una razón que determinó el matrimo–
nio, en el que, pG&-!- demás, se interesó toda la aris–
tocracia de París. Cuando se reanudaron las hostili–
dades en 1799, el amigo del miserable esposo había
mandado una banda de chmines. Parece que el barón
(el yerno de la señora de la Chanterie era barón) no
• tenía más designio, al unir á su mujer con su amigo,
que servirse de aquel afecto para pedirle ayuda y so–
corro. Aunque cargado de deudas y sin medios de
existencia, este joven aventurero vivía muy bien y
podía socorrer fácilmente al factor de las conspira–
ciones realistas. Esto exige algunas explicaciones sobre
una asociación que dió mucho que hablar en aquella
época, dijo el señor Alain interrumpiendo su relato.
Me refi'ero á IÓs
calentadores.
Todas las provincias del
Este fueron más ó menos víctimas de estos pillajes,
-cuyo ' objeto era, más bien que el robo, el reanudar
una guerra realista. Según se dice, se aprovecharon
<lel
gran número de refractarios á la ley de quintas,