EL REVERSO
de lo que, en aquelta santa casa, podía llamarse una
catástrofe.
.
-Espero
á
que Manón venga á tranquilizarnos,
respondió Alain prestando oído al ruido que hacían
en la escalera los pasos de la criada.
-Señor, la señora va bien; el señor cura ha sabido
engañarla, diciéndole que no había entendido lo que
se decía, dijo Manón dirigiendo
á
Godofredo una mi–
rada casi de odio.
-¡Dios mio! exclamó el pobre joven rompiendo en
sollozos.
-Vamos, cálmese y siéntese, le dijo el señor Alain
sentándose á su vez.
E hizo una pausa para recoger sÚs ideas.
-No sé, dijo el buen anciano, si tendré yo el talento .
necesario para contar dignamente una vida puesta á
prueba con tantas crueldades; dispénseme cuando la
palabra de un orador tan pobre como yo no esté á
la altura de las acciones y de las catástrofes. No ol–
vide usted que salí del colegio hace muchos años y
que soy hijo de un siglo en que se ocupaban más del
pensamiento que del efecto, de un siglo prosaico en
que sólo se sabía llamar á las cosas por su nombre.
Godofredo hizo un movimiento de adhesión que
significaba: «Ya escuchO>), y en el que Alain pudo
ver una admiración sincera.
-Amigo mío, acaba usted de verlo, repuso el an–
ciano. Era imposible que permaneciese usted más
tiempo entre nosotros sin conocer algunas de las par–
ticularidades de la vida de esa santa mujer. Existen
ideas, alusiones y palabras fatales que están comple–
tamente prohibidas en esta casa, so pena de volver á
abrir á la señora heridas cuyos dolores, renovados una
ó
dos veces, podrían matarla.
- ¡Ohl ¡Dios mío!
(qUé
he hecho yo , pues? ex–
clamó Godofredo.
-Sin don José, que le cortó á usted la palabra
presin tiendo que iba usted á ocuparse del fatal ins-