DE- LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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-No conozco más que á los desgraciados, respon–
dió el buen hombre. No deseo gran cosa conocer un
mundo donde se teme tan poco er juzgarse mal unos
á otros. Son ya cerca de las doce y tengo que meditar
aún mi capítulo de la
Imitación de jesucristo.
Buenas.
noches.
Godofredo tomó la mano de aquel santo varón y se
la estrechó con admiración.
-(Puede usted contarme la historia de la señora de
la Chanterie? le preguntó Godofredo.
-Es imposible sin su consentimiento, respondió
el señor Alain, pues está relacionada con uno de los
acontecimientos más terribles de la política imperial.
Yo
co~í
á la señora por Bordín, que está en todos
los secretos de su noble vida, y él ·fué, por decirlo
así, el que me trajo
á
esta casa.
-De todos modos, repuso Godofredo, doy á usted
las gracias por haberme contado su vida, que encierra
grandes lecciones para mi.
-<Sabe
u~ed
cuál es su moral?
- Dígamela usted, replicó Godofredo, porque acaso
vea yo en ella cosa distinta de lo que usted ve.
-Pues bien, la moral que encierra es que
el
placer–
es un accidente y no
el
fin de la vida del cristiano,
y
que esto lo llegamos á comprender demasiado tarde,
• dijo el señor Alain.
- Y
tqué sucede cuando uno llega á
cristianizarse~
'preguntó Godofredo.
-Mire usted, .dijo el buen hombre.
E indicó con el dedo á Godofredo una inscripción
en letras de oro y en fondo negro, que el nuevo hués–
ped no había podido ver, pues entraba por primera
vez en el cuarto del anciano. Godofredo se volvió
y
leyó:
TRANSIRE
BErcEFACIENDO.
-He aqu_í, hijo mío, la marcha que se da entonces
á la vida. Esa es nuestra divisa. Si usted pasa
á
ser–
uno de los nuestros, ese será su único privilegio.
Leemos ese consejo, que nos damos á nosotros mis-