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EL REVERSO
llero, dijo la hermosa señora Mongenod, no ha pasado
un solo día que no nos hayamos acordado de usted . .
En todos los asuntos se hizo la parte que le corres–
pondía á usted. Todos hemos aspirado á la dicha que
tenemos en este momento de poder ofrecer á usted su
fortuna, sin creer que este
d,"ezmo del Señor
pueda
nunca bastar para extinguir la deuda del agradeci–
miento. Al mismo tiempo que pronunciaba estas pa–
labras, la señora Mongenod me entregó esa magnífica
cajita que ve usted ahí, la cual contenía ciento cin–
cuenta billetes de mil francos. -Has sufrido mucho, mi
pobre Alain, ya lo sé; pero nosotros adivinábamos
tus sufrimientos é hicimos cuanto pudimos para ver
de hacer llegar dinero á tus manos, sin que pudiése–
mos lograrlo, repuso Mongenod. Ya me has dicho
que no has podido casarte; pero aquí tienes á nuestra
hija mayor, que está educada con la idea de llegar á
ser tu mujer, y que tiene quinientos mil francos de
dote... -¡Dios me libre de hacerla desgraciada! ... ex–
clamé vivamente contemplando á aquella joven,
qu~
era tan hermosa como su madre cuando tenía su
misma edad, y atrayéndola hacia mí para besarla en
la frente. No tema usted, hija mía, le dije. ¡Un
~
' bre de cincuenta años con una muchacha de
diecisiet~
¡y un hombre tan feo como yol ¡nunca! exclamé.-Se;
ñor, me dijo la joven, el bienhechor de mi padre no
será nunca feo para mí. Estas palabras, dichas espon- •
tánea y candorosamente, me hicieron comprender que
el
relato de Mongenod era verdadero en todas sus par–
tes, y, tendiéndole la mano, nos abrazamos de nuevo.
-Amigo mío, yo también tengo que pedirte mil perdo–
nes, porque muchas veces te he censurado y malde–
cido... -Estabas en tu derecho, Alain, porque sufdas
por causa mía, me respondió ruborizándose. Yo sa–
qué de una carpeta el documento que poseía de Mon–
genod, se lo entregué y anulé' la letra de cambio.
Espero que almorzarán ustedes ·conmigo, dije á tQda
aquella familia. Sí, pero con la condición de que ven-