DE LA HISTORIA CONTEMPORRNEA
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divino. Usted ha podido convencerse de ello: vivimos
de su vida, como ella vive de la nuestra, y tenemo&
- un alma común á todos; y aunque nuestros goces no
son físicos, no por eso carecen de animación, pue&
sólo existimos para el corazón... {Qué quiere usted,
hijo mío? repuso, cuando las mujeres están en estad<>
de apreciar las cualidades morales, han acabado ya con
su belleza, están viejas... Créame usted que yo he
sufrido mucho en esta vida.
-Lo comprendo... , dijo Godofredo.
-Baj~
el Imperio las rentas no se pagaban pun-
tualmente-, y era preciso prever las suspensiones de
pagos, repuso
el
buen hombre bajando la cabeza. ·
De
1802
á
1814,
no pasó semana en que no e:chara la
culpa .de mis desgracias á Mongenod. Sin Mongenod
hubiera podido casarme, me decia; s1n él no hubiera
tenido que sufrir tantas privaciones. Pero á vece&
también me decía: «El desgraciado acasQ siga vién–
dose pet:seguido por la mala suerte en aquellos paí–
ses». En
1806,
un día en que ya se me iba hacieJJdo
insoportable la existencia, le escribí una larga carta
por Holanda . No tuve respuesta , y esperé durante
tres meses, fundando en esta respuesta esperanza&
siempre frustradas. Por fin, me resigné á mi vida. A
mis qu,inientos francos de renta
y
á mis mil dosciento&
del Monte de piedad, pues había ascendido, uní una
teneduría de libros que obtuve en casa del señor Birot–
teau, perfumista , que me valió quinientos francos .
De este modo, no sólo podía vivir con decoro, sino que
aun ahorraba ochocientos francos anuales. Al princi–
pio de
18 14,
coloqué nueve mil francos de economías
en papel del Estado, que estaba al cuarenta, y obtuve
de este modo mil seiscientos francos de renta para
lo~
últimos años·de mi vida. Tenia, pues, mil quinientos
francos en el monte de piedad, quinientos por llevar
los libros, mil seiscientos en papel del Estado, total,
tres mil seiscientos francos . Tomé un piso en la calle
del Sena y viví entonces un poco mejor. El cargo que
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