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EL REVERSO
desempeñaba me ponía en relación con muchos des–
graciados. Hacía doce años que conocía la miseria
pública mejor de lo que podía conocerla nadie. Una
ó
' ·dos veces socorrí
á
algunos desgraciados. Al ver que
de los diez
á
quienes había socorrido había una
Ó
d9s
familias que habían salido de sus apuros, sentí un vivo
....
placer. Se me ocurrió la idea de que las obr-as de be...
neficencia y de caridad no deben consistir en dar di–
nero sin ton ni son
á
los que sufren. Hacer obras de
caridad, en la forma vulgar y ordinaria en que suelen
hacerse, me pareció que equivalía á favorecer el cri–
men. Me puse
á
estudiar esta cuestión. Tenia enton–
ces cincuenta años y mi vida estaba acabada. ¿Para
qué sirvo
yo~
me pregunté. (A quién he de dejar mi
fortuna~
Cuando yo haya amueblado ricamente mi ha–
bitación, cuando tenga una buena cocinera, cuando
mi existencia esté asegurada, ¿en qué voy á emplear
d
tiempo? Once años de revolución y quince de mi–
seria habían devorado el tiempo más precioso de mi
vida, lo habían gastado en un trabajo estéril, ó mejor
dicho, lo había empleado úr.icamente en la conserva–
ción de mi individuo. A esa edad nadie puede salir
de ese destino obscuro y comprimido por la necesidad,
ni lanzarse en busca de un porvenir brillante; pero se
puede ser siempre útil. Comprendí, en fin, que una
vigilancia pródiga en consejos centuplicaba
el
valor
del dinero dado, pues los desgraciados tienen sobre
todo necesidad de guía, haciéndoles aprovecharse del
trabajo que ellos tienen que hacer para otros, substi–
tuyen al especulador y obtienen la parte que habían
de darle. Habiendo obtenido magníficos resultados en
varias ocasiones, me sentí orgulloso de mí mismo.
Vi
á
la vez en aquello una obra buena y una ocupa–
ción, aparte
de
los infinitos goces que proporciona el
placer de desempeñar en pequeño el papel de Provi–
dencia.
-Y
(lo desempeña usted ahora en grande? pre–
guntó vivamente Godofredo.