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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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- ¡Oh! {quiere usted saberlo
todo~
Nones, dijo el
anciano haciendo una pausa. {Querría usted ' creerlo? ..
La escasez de medios que mi pequeña fortuna ponía
á mi disposición , me hacía recordar á veces á Monge–
nod. Sin Mongenod hubiera podido hacer mucho más,
me decía. Si un pillo no me hubiese quitado mil qui–
nientos francos de renta, pensé muchas veces, podría
salvar
á
esta familia. Excusando así mi impotencia
con una acusación, aquellos á quienes yo ofrecla úni–
camente palabras de consuelo, maldecían conmigo á
Mong·eno4.. Aquellas maldiciones me aliviaban. Una
mañana, en enero de 18 16, mi criada me anunció ...
A ·<quién dice usted? ... A Mongenod, al señor Mon–
genod... y veo entrar á su hermosa mujer, que en–
tonces tenía treinta y seis años, acompañacijl de tres
hijos; después Mongenod, más joven que cuando
· había partido, pues la riqueza y la felicidad extienden
una aureola en torno de sus favorecidos. Había mar–
chado delgado, pálido, amarillo y seco, y volvía
gordo
y
cQ)orado como un prevendado y muy bien
vestido. Se
~rojó
en mis brazos, y al ver que le re–
cibía fríamente, me dijo por primeras palabras: Y {he
podido acaso venir
antes~
Los mares sólo están libres
desde
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8
1
5, y aun necesité dieciocho meses para rea–
lizar mi fortuna y arreglar mis negocios. ¡Amigo mío,
al fin he vencido! Cuando recibí tu carta, en
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8o6.
tomé -inmediatamente un buque holandés para venir
á
traerte en persona una pequeña fortuna; pero la
unión de Holanda al Imperio francés contribuyó á que
me cogiesen los· ingleses y á que fuese conducido
á
Jamaica, de donde me escapé por casualidad. De
vuelta á New-York, me encontré víctima de las quie–
bras, pues en mi ausencia, Carlota no había sabido
librarse de los tramposos. Venía, pues, obligado
á
comenzar de nuevo el edificio de mi fortuna. En fin,
henos aquí de vuelta. Por la manera como te miran
los niños, puedes adivinar que les hemos hablado con
frecuencia del bienhechor de la familia.-¡Ohl sí, caba-