r
DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
69
si fuese un desconocido, es decir, con educación, y
• espero también que me dirá si está usted ó no en
disposición de satisfacer su deuda. Obraré según sea
su respuesta. Vuestro servidor, ALA
IN.>>
Ninguna res–
puesta tampoco. Estábamos entonces en 1799, y, dos
meses arriba ó abajo, había transcurrido ya un año.
Al vencimiento de la letra me fui á ver á Dordín, y
éste se encargó de hacer la protesta y demás trámites.
Los desastres sufridos por los ejércitos franceses ha–
bían hecho sufrir á los fondos públicos tan gran de–
preciacióp, que por siete francos se podían adquirir
cinco francos de renta. Todas las mañanas, mientras
tomaba el café y leía el periódico, me decía: «¡Mal–
dito Mongenodl ¡si no fuera por él, tendría mil escu–
dos de renta!» Mongenod había pasado á ser mi som–
bra negra , y en casa y en la calle tronaba á todas
horas contra él. Bordín le tiene cogido y ya sabrá
reventarle, me decía yo. Mi odio se desahogaba con
imprec,aciones y con maldiciones dirigidas á aquel
hombre que parecía tener todos los vicios. ¡Ah 1
¡qué razón tenia el señor Barilland en lo que decía!
pensaba yo á veces. Por fin, una mañana veo entrar
á mi deudor tan fresco como si no me debiera un cén–
timo. Al verle experimenté toda la vergüenza que
creía yo debía experimentar él. Parecía un crimi–
nal sorprendido en flagrante delito. Sin saber por qué
me hallaba molesto. El
1
3 de brumario había pasado,
todo iba bien y los fondos subían. B&naparte había
partido á librar la batalla de Marengo.-Caballero,
es muy triste que sólo deba su visita á las instancias
del alguacil, dije recibiendo de pie á Mongenod. Este
tomó una silla
y
se sentó.-Vengo á decirte que no
estoy en disposición de pagarte la deuda, me respon–
dió.-Usted· me ha hecho perder una buena ocasión de
colocar mi dinero antes de la llegada del Primer Cón–
sul, momento en que hubiera podido llegar
á
hacer
una pequeña fortuna.-Ya lo sé, Alain, ya lo sé, me
dijo. Pero (qué ganas persiguiéndome judicialmente
..