EL REVERSO
giéndome una mirada verdaderamente celestial. Me
despedí de aquella pobre mujer, y bajé con intención
de hacer hablar á la patrona , pero habla-- salido. Me
pareda que aquella joven habla tenido que vender sus
cabellos para comprar pan. Me encaminé acto
conti~
nuo á un almacén de leña
y
envié media carretada á
casa de mi amigo, rogando al carretero y á los cerra–
dores que entregasen á la dueña una factura pagada
y á nombre del ciudadano Mongenod. Aquí acaba el
periodo de lo que yo llamé
mi
estupidez, dijo el hon–
rado Alain juntando las manos y levantándolas con
aire de arrepentimiento.
Godofredo no pudo menos de sonreír; pero estaba,
como se va á ver, en gran error al sonreírse.
-Dos días después, repuso Alain, encontré
á
una
de esas personas que no son ni amigos ni indiferen–
tes, y con los que nos vemos de vez en cuando, lo
que se llama, en una palabra , un
conocido,
un tal
Barilland, que, por casualidad y con motivo de
Los
Per·uanos,
me dijo que conocía al autor.-¡Cómol
(CO–
noces al ciudadano Mongenod? le pregunté yo. En
aquella época estábamos obligados todos á tutearnos,
dijo el anciano
á
Godofredo á modo de paréntesis.
Ese ciudadano me interesa, le dije.-Preferiria no ha–
berlo conocido, porque me ha pedido prestado mu–
chas veces dinero, y me muestra bastante amistad para
no devolvérmelo nunca. Es un raro ese muchacho;
un buen chico, pero muchas ilusiones... ¡Ohl una
imaginación de fuego. Si he de hacerle justicia, diré
que no trata de engañar á nadie; pero ocurre que,
como se engaña él á
si
mismo en todo, llega
á
por–
tarse como hombre de mala fe. -Pero (qué te
debe~¡Bah! algunos cientos de escudos. Es un mano rota.
Nadie, yo creo que ni él mismo, sabe dónde mete
el dinero.-(Tiene recursosi-Si, me dijo Barllland
riendo. En este momento habla de comprar tierras en
los Estados Unidos.-Recogi aquella gota de vinagre
que la maledicencia había arrojado en mi corazón,