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EL RKVERSO
seria mi sorpresa al ver en Mongenod los síntomas de
la miseria que degradaba para mi al joven y elegante
Mongenod de
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87, cuando mis ojos dejaron su ros–
tro para examinar sus vestidos. Sin embargo, como
en aquella época de miseria pública habfa gentes as–
tutas que se disfrazaban con un exterior miserable, y
como habla muchas razones que apoyaban el disimu–
lo, esperé una explicación, al par que la solicitaba.
-¡Vaya una indumentaria que me traes, mi querido
Mongenodl le dije aceptando una toma de tabaco que
me ofreció en una tabaquera de similor.-Muy triste,
me respondió, no me queda más que un amigo... y
ese amigo eres tú. He hecho todos los posibles para
evitar este paso, pero me veo obligado á venir á pe–
dirte cien luises.
La
suma es grande, dijo al ver mi
asombro, pero si no me dieses más que cincuenta, me
verla en la imposibilidad de devolvértelos; mientras
que si sale fallido el negocio que voy á emprender,
me quedarán aún cincuenta luises para buscar fortuna
por otros medios, y no sé aún lo que me inspirará la
desesperación.-Y
(DO
tienes nada? le pregunté.–
Tengo, repuso conteniendo una lágrima, veinticinco
céntimos, restos de mi última moneda. Para presen–
tarme en tu casa be ido á limpiarme las botas y en–
tré además en una peluquería. Tengo lo que llevo .
Pero debo mil escudos á mi patrona,
y
mi bodego–
nero se negó ayer á fiarme más. Estoy, pues, sin
ningún recurso.-Y (QUé piensas hacer) le dije yo
empezando á inmiscuirme en su fuero interno.-Si tú
me niegas lo que te pido, pienso venderme como sol–
dado.-¡Tú, Mongenod, soldado! -Sí, buscaré la
muerte, ó llegaré á ser el general Mongenod. -Pues
bien, le dije muy emocionado, almuerza con toda
tranquilidad, que yo tengo los cien luises. Una vez
dicho esto, dijo el buen Alain mirando á Godofredo
con aire astuto, crei necesario decir una pequeña
mentira de prestamista.-Es todo lo que poseo en el
mundo, le dije á .Mongenod. Esperaba el momento