DID LA H ISTORIA CONTEMPORÁNE.,_
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Mongenod y yo habíamos estudiado en el mismo co–
legio, en el de los Grassins, y no3 habíamos encon–
trado practicando en casa del mismo procurador, de
un buen hombre llamado Bordín. Cuando se ha pa–
sado la juventud y se han hecho las locuras de la
adolescencia con un compañero , existen entre nos–
otros y él simpatías casi sagradas; su voz, sus mira–
das, mueven en nuestro corazón ciertas cuerdas que
sólo vibran bajo el imperio de los recuerdos que él
anima. Aun cuando se tengan motivos de ,gueja de un
amigo así, no por eso quedan proscritos todos los de–
rechos de la amistad . Entre nosotros no había habido
nunca la menor riña. A la muerte de su padre, ocu–
rrida i:n 1787, Mongenod pasó á ser más rico que yo,
y
aunque nunca le pedí nada, le debía el goce de esos
placeres que
el
rigor paternal me prohibía. Sin mi
generoso amigo, no hubiera visto la primera repre–
sentación del
Casamiento de Flgaro.
Mongenod era
entonces lo que se llamaba un arrogante caballero:
era muy galante, su bolsa se abría fácilmente, le hu–
biera servido de testigo á cualquiera después de ha–
berle visto dos veces, y yo le reproché más de una
vez su excesiva facilidad para trabar amistades y hacer
favores ... ¡Dios mío! ¡me obliga usted á recorrer de
nuevo los senderos de mi juventud! exclamó el hon–
rado Alain dirigiendo á Godofr.edo una alegre sonrisa
y haciendo una pausa.
-~Me
tiene usted rencor por ello? dijo Godofredo.
-¡Oh! no, y por la minuciosidad de mi relata
puede usted comprender la gran importancia que este
acontecimiento tuvo en mi vida ... Mangenod, datada
de un corazón excelente y hombre de valor un paco
volteriano, se dispuso á hacer el hidalgo, repuso el
señor Alain¡ su instrucción en las Grassins. donde se
instruyeran muchos nobles, y sus buenas relaciones
le habían datada de esa educación elevada propia de
las gentes de condición, que entonces se llamaban
aristócratas. Comprenderá usted ahora cuán grande